Editar un libro

«El camino de un manuscrito» es un artículo escrito por Paloma Fernández Pacheco, editora adjunta de ficción y no ficción internacional en las editoriales Plaza y Janés y Suma de Letras, del grupo Penguin Random House.

Casi todas las grandes novelas han empezado con un simple movimiento de la mano: para coger un bolígrafo, para pulsar una tecla, para buscar una hoja de papel. Pero una vez el proceso se cierra y el autor escribe la última palabra, la idea pasa a ser un manuscrito y, con mucho esfuerzo y un poco de suerte, este emprende su camino para convertirse en un libro.

Hay autores que encargan correcciones antes de hacer la propuesta editorial, otros simplemente la envían y algunos tienen la suerte de contar con un agente literario que haga todo esto por ellos. Pero imaginemos que la parte más difícil ya está hecha: has terminado de escribir y has conseguido una editorial para tu proyecto (se dice pronto, ¿verdad?).

A partir de ese momento, la editora será la encargada de trabajar tu texto.

 Ahora, antes de entrar en materia, tal vez valga la pena una pequeña aclaración: voy a empezar a hablar de mi oficio en femenino por la sencilla razón de que solo he trabajado con seis editores (todos ellos maravillosos) a lo largo de mi corta carrera y de que la mayoría de mis compañeras editoras y de mis colaboradoras (traductoras, correctoras) han sido, precisamente, mujeres. Me resulta extraño decir «el editor» cuando, en mi día a día, no trabajo con ninguno. Lo mismo me sucede a la hora de decir «el corrector», porque trabajo solamente con uno. Así que, si os extraña leerme hablar de mi oficio en femenino, recordad que la inmensa mayoría de personas que trabajan en el sector editorial son mujeres. Tal vez así extrañe un poco menos.

La lectura inicial del manuscrito

A lo que íbamos: el primer paso en el proceso para crear un libro es que la editora haga una lectura del manuscrito, durante la cual precisará el nivel de intervención que necesitamos realizar. Hay textos que no necesitan tanto trabajo como otros y, por descontado, no todos necesitan lo mismo.

A veces, hay decisiones de los autores que van contra la norma y que deseamos mantener, por lo que debemos conocer bien el texto e indicarle a la correctora de estilo qué es lo que no debe tocar. Algunas editoras elaboramos para este cometido un documento en el que recogemos los criterios de corrección particulares a ese manuscrito que queremos que guíen la mano de la correctora de estilo. Previamente, de querer hacer algún cambio sustancial en el texto, se acordaría con el autor o la autora.

La corrección de estilo

Entonces hacemos una corrección de estilo, que es en la que más cambios puede sufrir el texto. A pesar de su nombre, esta corrección no pretende cambiar el estilo del autor o de la autora. En esta fase, la intervención busca subsanar errores, elevar la calidad del texto y adecuar el tono al género en cuestión y, en última instancia, al público objetivo del libro. Los autores no siempre escriben con un lector definido en mente, pero desde la editorial siempre tenemos presente a qué público va a ir dirigido el libro cuando salga a la venta.

Tras la corrección de estilo, el autor o la autora tiene la oportunidad de revisar los cambios propuestos. Es labor de la editora explicarle aquellos que no comprenda o que considere innecesarios pero, al final, los autores tienen la última palabra. Una vez se han consensuado todas las intervenciones a realizar, la editora envía el manuscrito a maquetar, y es ahí donde, finalmente, empieza a adquirir el aspecto de un libro.

Maquetación

Los talleres de maquetación trabajan rápido, pero en función del libro que queramos hacer podemos tardar más o menos en tener la primera maqueta hecha. Una novela al uso es muy sencilla de maquetar, es lo que llamamos «texto corrido». Los libros de no ficción, en cambio, suelen incluir elementos adicionales como tablas, gráficos o fotografías, y también suelen hacerse en color. Preparar un Word para el taller en ocasiones puede ser una tarea muy laboriosa, dependiendo del tipo de libro que se tenga entre manos.

Corrección ortotipográfica

Una vez tenemos la primera maqueta del libro, que muy originalmente llamamos «primeras galeradas», se hace una corrección ortotipográfica del texto que busca encontrar los errores que hayan quedado después de la primera y corregir otros nuevos que se hayan podido generar al pasar de Word a maqueta. Este tipo de corrección es más ligera que la primera, pero no menos importante.

Normalmente, las correctoras trabajan con una copia en papel del manuscrito e introducen los cambios con marcas de corrección. Cuando han finalizado su trabajado y la editora ha podido echarle un vistazo, se envían estas pruebas al autor o a la autora para que las revise. Cuando tenemos su visto bueno, pasamos los cambios al taller de maquetación para que los introduzcan en la maqueta.

Esto da lugar a las «segundas galeradas», que vuelven de nuevo a la editora para que pueda comprobar que todos los cambios se han metido correctamente. En ocasiones, puede hacerse una nueva corrección, aunque no es lo habitual.

Cerrar la tripa del libro (los interiores) en segundas es con lo que yo personalmente sueño, pero no suele suceder así. Mis libros, por ejemplo, suelen cerrarse en terceras o cuartas, y es algo muy habitual. No todos los autores piden seguir viendo galeradas mientras introducimos cambios que han podido quedar sin meter desde la primera corrección, pero casi siempre les enviamos las últimas galeradas, las finales antes de ir a imprenta, para que puedan echarles un último vistazo.

Y este momento, cuando todo ya está casi hecho, es curiosamente uno de los más delicados en la vida de un manuscrito, porque puede ser que el autor o la autora en cuestión, de repente, quiera introducir cambios. Si son pequeños (una frase aquí, una palabra allá) no hay demasiado problema, pero si son grandes (un capítulo extra, unos agradecimientos que no estaban contemplados) el descalabro es mucho mayor. En una ocasión, cuando le dije a un autor que no podía añadir lo que me pedía porque significaría pasarme de las páginas que tenía el manuscrito, él me preguntó si no podía, simplemente, añadir una hoja más al libro.

Fue entonces cuando me percaté de que la mayoría de autores desconoce lo que es un pliego.

Los libros están formados por pliegos de dieciséis hojas o medios pliegos de ocho, y las páginas totales del libro vienen condicionadas por estos números. Si necesitamos añadir texto, y este solo manchará una hoja, esta tendrá que ir seguida de otras siete en blanco. El resultado es poco estético y, además, un desperdicio de papel. Es por esto que las editoras insistimos mucho en que la versión en Word que envíe el autor sea lo más definitiva posible, para no dar lugar a estos problemas.

Cuando la maqueta está lista, cuando la tripa está cerrada, se entrega el material a imprenta. Y allí, finalmente, el manuscrito se transforma en un libro.

El camino de un manuscrito

Este es, a grandes rasgos, el camino de un manuscrito durante el proceso editorial. Dicho lo cual, el sendero no siempre es recto. Cuando trabajas en esto, te encuentras todo tipo de cosas que te van enseñando que, más que un camino, a veces puede tratarse de un auténtico laberinto. Pero, como dirían mis amigas editoras, «para eso estamos». Durante todo este proceso, somos una brújula que intenta que todos los implicados estén mirando siempre en la misma dirección.