Ser escritor

Ser escritor es algo extraño. Es como una conjunción de los astros; uno se convierte en una mezcla de filósofo y vagabundo. En la vida del escritor disfrutarás de cosas maravillosas que le son negadas al común de los mortales, pero también atravesarás momentos en los que esos mismos mortales se preguntarán cómo puedes ser tan idiota para someterte voluntariamente a semejante tortura emocional.

En fin, ser escritor es como vivir en un mundo de total bipolaridad. Vivirás siempre en medio de una encrucijada, navegarás entre la felicidad y la desesperación —a veces sentirás las dos a la vez—, estarás siempre entre la inspiración y la rabia, y flotarás en un estado perpetuo de adicción a la cafeína.

Hoy te quiero mostrar cómo es la cara pública de un escritor. Es un buen momento para que veas las cosas buenas, pero también las cosas malas; esas que no te explican en ningún lista.

La mía podría haberse llamado perfectamente:

Lo molongo que es ser escritor y sus setenta círculos infernales.

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Lo bueno de ser escritor

Vendetta

¡Venga ya! Sabes muy bien a lo que me refiero. Seguro que tú te has vengado de alguien en tus textos. A estas alturas ya no tengo suficientes dedos para contar a todas las personas de las que me he vengado en mis textos.

La mafia tiene sus sicarios y nosotros, nuestras historias.

Que sí, que la gente que nos ha ofendido o herido seguramente nunca leerán o sabrán de nuestra pequeña venganza. Sin embargo, es una especie de bálsamo mental, no hay mejor terapia que descargarte en un texto. De hecho, estas pequeñas venganzas son lo único que nos separa del homicidio en muchas ocasiones.

Es muy satisfactorio convertir en una sátira esa persona que te molestó en el colegio o cargarte a ese idiota que te jode la vida. Siempre en tu imaginación, claro.

La primera vez que publicas un libro

No hay nada como ver tu primer libro publicado. No importa lo que cueste —un mes, un año, dos…—. Esa sensación de haber conseguido algo enorme la primera vez que recibes un contrato de edición es insuperable. Eso sí que es un subidón.

No solo te hace sentir orgulloso de ti mismo, también te ayuda a reafirmarte como escritor. Te hace ver que has escogido el camino correcto y es una buena motivación para seguir adelante.

Los correos de tus lectores.

Una de las cosas que más me alegra el día es levantarme y tener un correo de un lector. Que alguien se tome el tiempo de escribir un correo para felicitarte por tu trabajo —no importa que sea por tu libro o por tu blog—, demuestra que le has calado. Es la mejor muestra de que la telepatía funciona, esa persona ha leído tu mensaje y le ha gustado.

Esos correos forman la línea entre la serenidad y la felicidad y te hacen arrancar el día mejor que cualquier café.

Conocer a tus lectores.

Es algo similar al punto anterior, solo que puedes sumarle la calidez del contacto humano. A menos que seas Sheldon Cooper, seguro que agradeces chocarla con un lector.

En mi primera presentación, se me acercó un chico y empezó a hablarme de uno de mis relatos. Ni siquiera me habló de la novela que estaba presentando, me habló de un relato que le encantaba. Instantáneamente cree un vínculo con él porque ese es también mi relato favorito. Tanto fue así que me fui a tomar una cerveza con él, hablamos de mis relatos, pero también de sofistas, Aristóteles y de su antiguo barrio en Madrid.

Si tienes en cuenta lo solitario que es escribir, este tipo de contacto es muy agradable.

Cuando llenas una presentación.

La primera vez que tuve que presentar mi libro lo pasé fatal. No me gusta hablar en público, no me gusta nada. Cada vez que me invitan a dar una charla en algún evento declino la invitación porque lo paso realmente mal.

En mi primera presentación estaba hecho un flan, sudaba, tenía la boca seca y me temblaban hasta las pestañas. Cuando la gente empezó a llegar, el corazón me iba tan rápido que pensé que iba a sufrir un ataque de pánico. Así de jodido fue.

Sin embargo, cuando empecé a hablar y me di cuenta de que todos me escuchaban, de que incluso la gente que había pasado por allí para comprar un libro —era una librería— se paraba y escuchaba, me fui relajando.

Al final fue una gran experiencia. Fue como una fiesta de cumpleaños. Es uno de esos recuerdos que se quedan contigo para siempre… o al menos hasta la sexta cerveza.

Cuando te preguntan a qué te dedicas.

Una de las cosas que más me gustan —y a la vez más odio, ya lo verás— es que me pregunten a qué me dedico.

Cuando le dices a alguien que eres escritor te conviertes inmediatamente en el tío cool del lugar. ¡Eh, mirad! ¡Mi colega es escritor! Ser escritor te convierte, a los ojos de los demás, en alguien interesante. De repente te ven como a Jack Torrance o a Hank Chinaski.

Es muy divertido tener una «profesión liberal», a mí me divierte ver cómo la gente trata de encajarte en algún lugar; ¿eres un cultureta? ¿Un muerto de hambre? ¿Eres un borracho? Es tremendamente divertido ver lo que les cuesta encajar que escribir puede ser una profesión como cualquier otra.

Dedicarte a lo que amas.

Si tienes la suerte de trabajar y que te paguen por escribir, descubrirás que no hay nada más satisfactorio en este mundo.

Levantarte por la mañana con la seguridad de estar haciendo lo que de verdad quieres hacer es algo incomparable. Nunca encontrarás una sensación parecida, te lo puedo asegurar. Serás completamente libre y eso, queridos y queridas, es lo mejor que te puede pasar en la vida.

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Lo malo de ser escritor.

Expectativas.

Todos los escritores —incluso lo que lo niegan abiertamente— están en esto por la pasta y todos quieren ser el nuevo Stephen King o la nueva J.K Rowling. Pero eso imposible; solo hay un King y solo hay una Rowling.

Ellos son lo que son y, aunque están muy bien como inspiración, nosotros nunca seremos como ellos. Las expectativas casi siempre nos machacan antes de dar el primer paso. Es imposible que seas como ellos y, por lo tanto, has fallado antes de empezar.

Cada vez que hables sobre tu libro, una vocecita en tu interior se preguntará si será lo bastante bueno, si les gustará, si les parecerá una chorrada escrita por un crío de quince años. Por supuesto, nosotros seremos los primeros en machacarnos.

Tu primer rechazo.

Stephen King dice que colgaba todos sus rechazos de una chincheta. Con el tiempo tuvo que cambiar la chincheta por un clavo, sin embargo, tenerlos ahí cerca de su máquina de escribir le ayudaba a motivarse…

¿Cuántos de vosotros seríais capaces de hacer eso?

Yo he estado en ambos lados y sé que pocas personas se toman bien el rechazo. Y es que es un palo muy grande.

Tal y como están las cosas, lo normal es que ni siquiera recibas noticias del rechazo. Sin embargo, cada rechazo que recibes es como un puñetazo en los dientes y piensas —como lo hacemos todos los novatos—, que esos trogloditas no reconocerían el talento ni aunque les estuviera pisando el juanete.

Si te rechazan es por algo, sí…Y con el tiempo probablemente te des cuenta de por qué lo hicieron.

Pero qué mal sienta.

Los haters.

Cuando alguien se toma el tiempo de buscar tu correo o de dejarte un mensaje en tu blog para criticar tu trabajo… Ese es el peor momento del día —y puede que de la semana—.

No hay nada peor que alguien te diga cómo tienes que hacer las cosas, es como si yo me acercase a ti por la calle y te dijera que con esa cara no vas a ninguna parte, que necesitas cirugía estética. Seguro que no te sentaría muy bien. Sin embargo, nosotros tenemos que soportar las «críticas» y, además, aceptarlas con una sonrisa. Incluso cuando carecen de fundamento.

Conocer a gente loca.

A los escritores nos encanta conocer a nuestros lectores y echar una mano en todo lo posible a la gente que nos lee y nos sigue.

Lo que igual no nos gusta tanto son esas personas que creen que estamos —o que tenemos la obligación de estar— enteramente a su disposición. Ese tipo de personas que te mandan sus escritos a bocajarro, que te escriben mensajes para que les ayudes con esto o lo otro y que te dicen que «igual estoy cerca de tu casa, a ver si nos tomamos algo» —algo que NO es siniestro en absoluto—.

En fin, Annie Wilkes existe y está entre nosotros.

Así que: precaución, amigo escritor.

Cuando nadie va a tu presentación

Si una presentación es como tu cumpleaños, una a la que no va nadie es como el cumpleaños del niño que no tiene amigos.

Sentarte solo en esa librería, bar o lo que sea, es una de las peores sensaciones por la que puedes pasar en tu vida como escritor.

Peor aún es escuchar a todas las excusas que tus amigos y familia te ponen para «lamentar» no haber ido a tu firma de libros o tu presentación.

Cuando te preguntan a qué te dedicas. 

Al parecer los escritores somos como champiñones en la humedad. Cada vez que dices en algún lugar que eres escritor, aparecen otros treinta escritores.

Creo que fue Cicerón quien hace dos mil años dijo: «ahora todo el mundo es escritor». Bueno, pues la cosa parece que sigue por el mismo camino. Todo el mundo está escribiendo una novela o un relato o una lista de la compra.

La otra cara de esta moneda es cuando te dicen: «¿Pero eso es un trabajo o es un hobby?». Es como si alguien me dijera: «Soy fontanero» y yo le contestara: «¿Y desatascar váteres es un trabajo o lo haces por afición?».

Muchas personas, en mi propia familia, creen que estoy «esperando a un buen trabajo». Tienen la percepción de que estoy jugando o pasando el tiempo. No son capaces de entender que esto es a lo que me dedico.

Todo el mundo sabe más que tú sobre escribir.

Este punto es parecido al de las críticas. Cada vez que escribas un artículo sobre escritura, recibirás comentarios de personas que lo hubiesen hecho mejor —pero que no lo han hecho, claro—. Lo mismo te pasará con tu libro; siempre habrá alguien que lo hubiese hecho mejor —pero que no lo hizo—.

Pero no se queda la cosa ahí, ¡qué va! Tu familia y amigos son una fuente inagotable de buenas ideas para novelas y relatos.

Estás cenando tranquilamente, cuando alguien —si tienes suerte solo será uno— salta y te asegura que tiene la mejor idea que nadie ha tenido para una novela y que tu deber como escritor es dejarlo todo para ponerte a escribirlo. «Mi secadora se ha tragado una camiseta, seguro que puedes sacar una novela de la hostia».

Si les dices que no, te conviertes en un desagradecido —porque la idea es oro puro, claro— o una persona obtusa. Por suerte, nuestro cuerpo ha desarrollado como defensa natural esa sonrisa de medio lado y desganada que significa: «ya veremos, le daré una vuelta».

Bueno, como puedes ver la cara pública del escritor tiene cosas buenas y cosas malas. Algunas veces preferiría ser —como diría Sabina— viejo verde en Sodoma, pero otras veces no puedo pensar en nada mejor que ser escritor. Aunque no todo es bueno y hay momentos emocionalmente duros, ser escritor es lo mejor que me ha pasado…

Así que, si tengo que poner en una balanza lo bueno y lo malo, siempre ganará lo bueno.

¿Qué me dices?

¿Qué es lo mejor y qué es lo peor que te ha pasado como escritor?

Escritor de terror. Copywriter.

Jaume Vincent