efecto dunning-kruger

Una frase de Benjamin Franklin tiene toda la razón del mundo: «Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los diamantes y el conocerse a uno mismo». Al contrario de lo que sucede con los que sufren del síndrome del impostor, del que habla David Generoso en este artículo y del que también he hablado en el podcast, hay escritores que están convencidísimos de que dan cien mil vueltas a los demás, que son brillantes por encima de la «escoria» que les rodea, cuando en realidad su escritura es pasable por decir algo. No es sobresaliente. Tienen defectos, como todo hijo de vecino, pero tampoco escuchan cuando alguien se los señala.

Este tipo de sesgo cognitivo que lleva a la persona a estimar de forma errónea su capacidad o sus habilidades se llama efecto Dunning-Kruger en honor a los dos psicólogos que lo describieron por primera vez en la revista Journal of Personality and Social Psychology. 

Escribir es un trabajo poco gratificante en muchos aspectos. El esfuerzo intelectual cuando escribes durante horas y horas es agotador. Aparte de que tienes que seguirte formando para mejorar. Nadie nace aprendido. A eso hay que añadirle que debes soportar ser juzgado una vez que tu obra sale a la calle. 

El problema con el efecto Dunning-Kruger es que evita que la persona incompetente evolucione. Ese escritor no solo no pondrá las herramientas necesarias para convertirse en mejor profesional porque ese esfuerzo no lo considera justificado, sino que presenta una actitud de soberbia y es hiriente cuando se trata de juzgar al resto. 

El problema siempre es de los demás

Cuando las cosas no les salen como quieren, la culpa es siempre del entorno. Ellos, genios de la letras, deberían vender como churros o más de lo que lo hacen, pero no es así porque los demás les tienen manía. Culparán al sistema, al mal momento, a la mala suerte, a los gurús que les hicieron perder el tiempo y les engañaron… pero nunca podrán entender que simplemente no fueron lo suficientemente brillantes en el momento en que tocaba serlo. Que no analizaron qué era lo que hacían mal y lo corrigieron. Que la culpa en el 90% de las veces es suya.

El principal problema de estos escritores es que no se han enfrentado a lo que decía Benjamin Franklin: el autoconocimiento. Tienen una imagen completamente distorsionada de la realidad. Su inseguridad les lleva a rechazar cualquier cosa que constituya una crítica por parte de los demás porque no quieren o les resulta muy doloroso aceptar que puedan tener fallos.

El no ser capaces de elaborar una autocrítica, les impide también pedir disculpas cuando cometen un error, porque por un lado no asumen su responsabilidad y por otro, a esa imagen distorsionada de la realidad, suelen sumarse rasgos psicológicos como un ego bastante inflado y una autoestima muy baja. 

¿Se puede tener un ego inflado y una autoestima baja?

Normalmente, pensamos que la autoestima y el ego son la misma cosa y no es así. Las personas con una autoestima sana, suelen tener controlado su ego. Sin embargo, aquellas con un ego desbordante, sufren de autoestima baja muy a menudo. Necesitan ser el centro de la atención y que todo gire en torno a ellos y a sus deseos. Les importan poco los de los demás.

El perfil de este tipo de personas está caracterizado por un pensamiento muy rígido y encorsetado. Son raramente definidas como flexibles en sus opiniones, porque intentan imponer sus ideas y sus creencias al resto como si fueran verdades absolutas. Tienen por lo tanto muchísimos prejuicios lectores: «Por favor, ¿cómo se te ocurre leer eso?». Y, en general, tratan a los demás como si su opinión no fuera válida. 

Si preguntas y te responden con sinceridad, la mayor parte de los escritores consideramos que nuestro desempeño del oficio es por encima del promedio. Sin embargo, no es posible que el 100% de nosotros esté por encima del promedio, porque eso iría en contra del propio concepto de promedio. Alguno debe estar por debajo. La primera regla del club de escritores Dunning-Kruger es la ignorancia de formar parte del club.

Todos tenemos «zonas de incompetencia» sobre las que somos incapaces de juzgarnos a nosotros mismos. La mayoría de los escritores no son diamantes, son hielo. Poco duraderos. Efímeros. Hay tanta gente escribiendo, tanta gente publicando… que es casi imposible hacerse visible entre la marea de voces que claman «lee mi libro». La gran mayoría tirará la toalla cuando publique su primer libro y no venda. 

Lo que nos incentiva es que sabemos que ha habido casos de diamantes que se han descubierto entre las aguas, gente que ha dado el pelotazo. También tenemos, hay que reconocerlo, el ego suficiente para querer ser leídos. Así que seguimos pensando que estamos por encima del promedio. Pero, de la misma manera que uno no se pone a operar una cara sin formación, todo escritor que empieza necesita formarse y cosechar muchas correcciones y críticas sinceras antes de considerar que da cien mil vueltas a los demás. 

Porque ser hábil y estar entre la élite son dos cosas muy distintas. Gracias al cielo, en la mayoría de los escritores, el efecto Dunning-Kruger desaparece a medida que empiezan a corregirles y se dan cuenta de que quizás no eran tan sumamente brillantes como ellos creían.

Los mejores consejos contra este efecto: ser humildes, escuchar las críticas aunque sean duras y, sobre todo, seguir aprendiendo siempre. 

No eres mejor que nadie, pero tampoco menos. Quédate con eso. No te consideres mejor o peor que los demás, sino distinto. En la diferencia está el tema. Saberte con un talento distinto te ayudará a desarrollar una autoestima sana, a reconocer tus errores cuando te equivocas y corregirlos, a forjar mejores relaciones y, sobre todo, a ser más feliz.

¿Conoces a algún escritor que sufra de Dunning-Kruger?